soneto a don Fernando Higa



De cabellos blancos, don Fernando,
como la misma espuma de la luna llena
es que lo duro muere en lo blando
y su sonrisa cura como la verbena.

Renunció al azúcar, por sabiduría
alma que declina los infiernos corporales
delata en su silencio una filosofía
criollo de mil mates con rasgos orientales.

La rosa es su destino, la espina contingencia
confirma su silueta memoria de baguala
y evita hasta su sombra el cinismo.

Con la mirada calma agota la impaciencia
por eso el propio tiempo, estoico, lo señala:
poeta del azar, atleta del abismo.




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