pensando en Burroughs


Una sociedad opresiva y deprimente como la estadounidense, tiende a la
decadencia tanto como le dan las fuerzas. No hay sueño americano posible;
esta gente sufre el más cruel de los insomnios, una suerte de delirium tremens
constante y sonante, que lamentablemente no deja dormir tampoco al resto de
las naciones. En circunstancias tales, el único héroe posible es el yonqui,
quien, desprovisto de toda ilusión, se ilusiona con acrecentar, hasta lo
grotesco, su propia fragilidad y decadencia. De algún modo es el más cuerdo
de todos. Sigue el cauce general de las cosas hasta sus últimas consecuencias.

Equívoco sería vincular causalmente al yonqui y su brillante decadencia con las
célebres drogas duras (cocaína, heroína, metanfetaminas, etc.). Todas estas
substancias resultan inocuas a la hora de parir una forma de vida, más bien la
sostienen, antes que generarla.

El yonqui es, primero, un devoto del álgebra de
la necesidad, y luego, siguiendo esta lógica, vuélvese un drogadicto; pero las
drogas son casi un detalle pintoresco en su metafísica. La adicción es un plan
de vida, suicida, sí, pero, bien mirada, toda vida es suicida, salvo la vida de una
cucaracha.

La vida se nutre de vida, hasta agotarla

(mayo, 2005)

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