el secreto del árbol


Thu Eul-Tan, escritor oriundo de T`ai-yuan era ya muy viejo. Se habìa vuelto algo más tonto con la edad. Su mujer, Nhi Khan, le tenìa prohìbido salir de la casa, pues sabìa muy bien que el viejo, por los achaques de la edad, y estando cerca el bosque, corrìa peligro. Pero el anciano Thu Eul- Than pecaba de caprichoso, y si algo le estaba prohibido, se complacìa en hacerlo. Decenas de veces se escapò de la casa para dar uno de esos paseos prohibidos, decenas de veces su esposa y sus sirvientes lo encontraron, extraviado y exhausto junto al rìo, imitando el canto de los pàjaros, feliz como un niño.
“Quiero que me prometas algo, esposo mìo”, dìjole Nhin Khan, cierta noche de luna llena, besàndole la espalda.
“Què quieres que te prometa?”, preguntò el escritor, ya casi a punto de caer dormido.
“No vuelvas a salir solo de casa”.
“Prometo no salir solo de casa”.
“¿No me engañas?”
“No, querida, si tan suavemente me lo pides, no sòlo te lo prometo, lo juro con toda el alma.”
A pesar del juramento, Thu Eul Tan volviò a escaparse de la casa. Era una mañana hermosa y radiante, llevaba puestas sus mejores sandalias. Como siempre, siguiendo un sendero polvoriento se allegò al rìo y se sentò debajo de su àrbol preferido.
Y el àrbol le preguntò, con la afabilidad de siempre:
“¿Còmo estàs hoy, Thu Eul Tan, querido amigo?”
“Pues muy bien, no puedo quejarme. Tengo una hermosa esposa, seis hijos, y tres magnìficos sirvientes. Y ademàs, por si fuera poco, te tengo a tì, Chen Lin-Cheng, querido amigo.”
“Me han contado los pàjaros un secreto, no sè si debo revelàrtelo.”
“¿Por què tan misterioso, amigo?”
“Es que el secreto tiene que ver contigo.”
“Has capturado mi curiosidad, amigo, infórmame del asunto ya mismo, si es que se trata de algo grave, lo cual infiero de todos tus circunloquios.”
“El menor de tus hijos no es humano.”
“¿Còmo es eso posible? Mi esposa me ha sido fiel toda la vida”.
“Un demonio la sedujo en sueños, me temo”.
“De modo que Yakumo es hijo de un demonio. Me cuesta creerlo.”
“No te gastarìa nunca, querido amigo, una broma de tan mal gusto. Menos aùn si hay demonios de por medio.”
Apesadumbrado, Thu Eul Tan, guardò un tremendo silencio. Màs tarde uno de sus sirvientes dio con èl y lo condujo de regreso a casa. Esa noche Thu Eul Tan no pegò un ojo. Su esposa, por el contrario, durmiò como un tronco.
Al dìa siguiente, el viejo decidiò espiar a Yakumo. El niño, hay que admitirlo, se comportaba raro. Apenas si conversaba con sus hermanos. En cierto momento de la calurosa tarde, Yakumo se alejò de la casa en direcciòn a un prado cercano. Siguiòlo su padre, tan discretamente como pudo.
Ya en la soledad del prado, a resguardo de la mirada indiscreta de los mortales, exceptuando a su padre que lo espiaba sin él sospecharlo, Yakumo abandonò su forma de niño, adquiriendo el aspecto horrible de un diablo. Se paseò por los aires a placer, echò fuego por las orejas, despanzurró a zarpazos a una cuantas aves y, finalmente, bastante exhausto, se recostò en la hierba, boca a bajo.
Thu Eul Tan, aterrado, contemplò las diabluras desde detràs de un sauce. Luego, una vez el diablo se hubo dormido, acercòse con un machete afiladìsimo y le cortò a la cabeza a su falso hijo. Pero entonces, para mayores horrores, a la cabeza le crecieron patas de cangrejo de las orejas y comenzò a correr, alrededor del anciano espantado.
“Crees que a un diablo puedes matarlo fàcilmente, que ingenuo eres, padre mìo”, dijo la bestia con voz de trueno.
“No soy tu padre, bestia, dèjame en paz”, gritò el viejo, cayèndose del miedo al suelo.
Le caminò la bestia por el pecho, y entre risas le clavò una de sus patas en la frente.
Encontraron los sirventes el cadàver al dìa siguiente, y, junto a èl, al niño sonriente.

Observaciòn del cronista: Cuìdate de los muertos, cuìdate de los vivos, pero no olvides cuidarte de los sueños y los demonios.

Conclusión:

Si tus hijos
Te resultan extraños,
Es porque
Son demonios



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