semicolonia




El rumbo estratégico del gobierno de Cambiemos es convertir a la Argentina en una semicolonia del capitalismo global, es decir, un territorio más del espacio de acumulación mundial del capital con la grave consecuencia para el presente y futuro del país que implica la reducción a grados ínfimos de las capacidades del Estado nacional para realizar políticas públicas que aumenten su desarrollo y autonomía en el orden global. El modelo de subordinación chileno o peruano es el ejemplo a seguir por la administración Macri.



La palabra semicolonia parece un término arcaico en la actualidad.

Ya casi no quedan colonias en el mundo, las formas de dominación han cambiado considerablemente y la ideología de la “globalización” se empeña especialmente en negar las problemáticas nacionales y las asimetrías de poder brutales en el mundo actual.

En el siglo XX, la palabra se usó para designar un fenómeno político “intermedio” entre una situación abiertamente colonial, donde un país o territorio está ocupado y gobernado por una potencia extranjera, y una situación plenamente soberana, en la que un país tiene plena potestad sobre su destino político, económico y social.

La semicolonia tendría la particularidad de ser una entidad política formalmente soberana, pero con tal grado de dependencia y subordinación a factores externos (naciones, empresas, tratados, organismos multilaterales) que de hecho no puede ejercer su soberanía y de alguna forma es comandada por actores extra-territoriales.

Tenemos la impresión que bajo la gestión macrista, el país se encamina hacia constituirse en una semicolonia del siglo XXI. Se podría argüir que desde 1976 Argentina se encuentra con dificultades para ejercer plenamente su soberanía, y por lo tanto no hay nada nuevo en su situación. Y que ya antes tenía problemas de dependencia, y de injerencia externa en sus propios asuntos.

Nuestra hipótesis, en cambio, es que el conjunto de políticas que desarrolla la actual gestión apunta explícitamente a reducir a grados ínfimos las capacidades del estado nacional de realizar políticas públicas que aumenten su desarrollo y autonomía en el orden global.

En definitiva, que luego de la aplicación de las políticas neoliberales de Cambiemos, en la medida que logren desplegarlas completamente, el cuadro de situación mostrará una agudización de los grados de dependencia, y severas restricciones para poder tomar decisiones nacionales de relevancia, sin contar con el visto bueno de poderes “globales”.

La ideología semicolonial de la cúpula del gobierno:

Una de las primeras (y únicas) alusiones en materia de política internacional que formuló Mauricio Macri en su campaña presidencial fue la del repudio al gobierno chavista de Venezuela. En política internacional, esa declaración constituyó una señal inequívoca de alineamiento con Estados Unidos y un ofrecimiento de ponerse a su disposición para “lo que guste mandar”. También Macri declaró su simpatía ideológica con el modelo chileno, presentado por todo el establishment global como “el” modelo neoliberal que se debe generalizar en América Latina. Chile no ha podido alejarse demasiado del modelo neoliberal implantado por la dictadura pinochetista, que además lo ha aislado de la región.

La declarada expectativa en acercarse a la Alianza del Pacífico es otro ejemplo de la orientación ideológica macrista: se trata de un bloque de países cuyo principal eje articulador es ser economías periféricas que han firmado tratados de libre comercio con Estados Unidos, ¡la mayor potencia del planeta! Es difícil imaginar una situación más desigual y asimétrica, y una asunción tan permanente del papel de apéndices de la economía norteamericana.

Otros gestos diplomáticos, como el pedido de perdón al Rey de España por parte del presidente por la Independencia Nacional, o el pedido de perdón a los empresarios españoles por la nacionalización de YPF, formulado por el ministro de economía Prat Gay, marcan un claro perfil de desinterés, casi vergüenza, por defender el interés nacional, y una preocupación obsesiva por agradar al “mundo” (las potencias occidentales) y a los “mercados” (las multinacionales y las finanzas globales).

En un plano más conceptual, el sistemático vaciamiento de todas las fechas y figuras patrias –“Belgrano emprendedor”, la ridícula versión sobre la “angustia” de los patriotas de la independencia, e incluso el reemplazo de figuras históricas por animales en los billetes que circulan en el país, marcan la hostilidad ideológica del gobierno hacia toda referencia a las raíces y la especificidad del país.

Pero no son solamente evidentes simpatías en el plano de las ideas, sino una sistemática acción gubernamental que apunta a la creación de una realidad semicolonial.

Sentando las bases de la semicolonia:

Queremos señalar algunos elementos convergentes que apuntan en una única dirección: el debilitamiento nacional, la pérdida de capacidades productivas, el estado impotente.

Endeudamiento externo: no hace falta abundar en detalles, Argentina ha sido el país que más deuda ha emitido en el mundo en 2016, y continúa a una velocidad asombrosa, tratando de desandar el camino de desendeudamiento de la gestión Kirchner. No hace falta (¿o quizás sí?) recordarle a los argentinos los efectos catastróficos del endeudamiento provocado por la última dictadura sobre el crecimiento, el nivel de vida y la configuración social del país. Es importante señalar que “la comunidad financiera internacional” requiere con urgencia países del tipo de Argentina, que tomen mucha deuda a tasas muy altas, y que finalmente las paguen ya sea con producción, con activos productivos, o con recursos naturales. Gobiernos con una perspectiva mínimamente nacional sólo acuden al endeudamiento con objetivos muy precisos, no para financiar gasto corriente.

El ataque al desarrollo científico y tecnológico nacional: aquí se observa una política en toda la línea, desde el boicot explícito al funcionamiento normal de la educación pública mediante el desfinanciamiento en todos los niveles, el ataque a los docentes, los recortes en el CONICET, el derrumbe de fondos para los insumos que requiere la investigación, y el cambio dramático en el uso del sistema satelital argentino, puesto a disposición de intereses europeos, además de la detención de las obras en Atucha. No podría ser de otra forma si se pretende construir una semicolonia: la carencia de conocimientos y capacidades propias es fundamental para justificar la dependencia tecnológica estructural y consiguientemente la subordinación a los países proveedores de dichos insumos.

La compra de armas en el exterior: se debatió si ésta se realizaba por la existencia de alguna hipótesis de conflicto o para utilizarla en la represión interior. Se debe descartar la primera suposición, ya que no existe tal hipótesis de conflicto con países vecinos. Sólo continúa un foco irresuelto que es la ocupación británica de Malvinas pero el gobierno macrista ha decidido archivar definitivamente el tema para congraciarse con el Reino Unido, como no podía ser de otra forma dada su ideología semicolonial. En cuanto a la represión interna, no se realiza con misiles y bombarderos, sino con otros materiales que ya están ingresando –se los puede observar ya en uso- en grandes cantidades. En definitiva, se compra material bélico porque los vendedores de armas internacionales necesitan colocar armas en donde puedan. Y el gobierno argentino siente la necesidad de mostrarles a todos los factores de poder su “buena voluntad”. Subsidiariamente se satisface un viejo pedido de las Fuerzas Armadas –el reequipamiento-, a cambio de desmantelar los proyectos propios de producción para la defensa, que podrían competir con ciertos productos importados.

Importación de costosos sistemas de seguridad: típico de gobierno subdesarrollado que no se plantea encarar en serio los problemas de seguridad pública, se está acudiendo al fetiche de la tecnología para engañar a la población, a los votantes, mostrando que algo se está haciendo. En este caso, municipios, la CABA, gobiernos provinciales y el gobierno nacional hacen gala de la adquisición masiva de aparataje electrónico “de última generación” para reforzar la “seguridad” (o inseguridad), de la población. Como en paralelo no se hace absolutamente nada para cambiar drásticamente la calidad de las instituciones públicas que se deberían ocupar de la problemática, el gasto “tecnológico” –siempre importado, siempre de proveedores muy definidos- es sólo otro favor a los amigos externos, totalmente desvinculado de una preocupación genuina por remover efectivamente el problema que aqueja a la sociedad. Toda ocasión es buena para comprar bienes importados, y de paso endeudarse.

El modelo australiano: diversas reparticiones del Estado han incluido en documentos internos el “objetivo” de imitar el modelo económico australiano. Por supuesto que a oídos de una parte de la población, suena mejor parecerse a Australia, que a Chile o Perú, que son los dos modelos reales de la gestión. Pero el argumento australiano es útil para fundamentar la política de desindustrialización, cosa que efectivamente ocurrió en el país del Pacífico. Cabe aclarar que tiene 19 millones de habitantes menos que Argentina, y cuatro veces más recursos mineros, lo que le ha permitido cambiar su perfil productivo en articulación a la región más dinámica del planeta, Asia, sin tener graves impactos sociales. El modelo de desindustrialización macrista no sólo carece de estrategias de reconversión, sino que reposa fuertemente en el agro-negocio, el petróleo, el gas y la minería, actividades en general en manos de grandes capitales o multinacionales y con muy escaso impacto en la estructura productiva y ocupacional interna. Se trata de un modelo pensado desde afuera (desde los intereses de las multinacionales que operan en esos sectores) más que desde las necesidades de 44 millones de habitantes. Típico de una semicolonia.

La emisión de un bono a 100 años: si bien hasta el momento el grueso de la opinión pública se había mostrado indiferente al gigantesco endeudamiento que se está provocando al país –sin estrategia alguna de repago-, sí impresionó en amplios sectores la emisión reciente de un título público a 100 años, que además incluye un rendimiento exorbitante del 7,9%. Pero debe observarse especialmente la causa de tal emisión: fondos de pensión norteamericanos requieren estos bonos de largo plazo, ya que les permite tener en cartera títulos de largo plazo útiles para su particular operatoria de pagar pensiones, y en este caso, sumamente rentables. Así que a través de bancos internacionales, buscan promover que gobiernos de naciones con voluntad de endeudarse realicen emisiones de este tipo de deuda. Y allí estuvo el gobierno de Argentina, ofreciéndoles una emisión de 2.750 millones de dólares, para congraciarse y eventualmente influir sobre la empresa calificadora (Morgan Stanley) que estaba por decidir si el país está en la “frontera” o se transforma en “país emergente”, siempre desde el punto de vista de las finanzas internacionales. Debemos aclarar que ninguna de estas actividades tiene vínculo alguno con producir riqueza, sino con obtener ganancias financieras y especulativas a costa del país.

Fracaso diplomático en el G-20: los fallidos encuentros del presidente argentino con la primera ministra británica, Theresa May y con el presidente francés Emmanuel Macron, no son casuales, aunque se atribuyeron a problemas de agenda o de tránsito. El actual gobierno está mostrando en todos sus contactos internacionales con países centrales, una voluntad de sumisión que no requiere, por consiguiente, demasiadas negociaciones. Y en una cumbre internacional donde el tiempo escasea, dedicar tiempo a sacarse fotos con presidentes de por sí sumisos y que sólo pretenden minimizar la relevancia internacional de sus países, puede resultar innecesario para dirigentes que sí tienen objetivos nacionales.

La represión y desalojo en PepsiCo: más allá del repudio que merece el alineamiento incondicional del gobierno con cualquier causa patronal, real o ficticia como en este caso, la acción debe ser vista también en su relación con el proyecto estratégico oficial para el país. El gobierno argentino quiere informarle, a través de esta acción, a todas las multinacionales del mundo que aquí, en Argentina, se encuentra un gobierno para el cual el derecho de propiedad y la libertad empresaria para hacer lo que quieran en materia laboral, es una prioridad central. Para el actual gobierno, no cabe duda que entre el sustento de los trabajadores y trabajadoras argentinos, y la maximización de las ganancias de una corporación multinacional –incluso importando productos desde el exterior para que el conflicto no reduzca sus beneficios- lo segundo es lo relevante. Claramente el criterio semicolonial vuelve a expresarse con total transparencia.

El intento de acuerdo con la Unión Europea hacia fin de 2017: se trata de otra pieza central para construir una situación cada vez más irreversible, en materia de subdesarrollo y dependencia. Según trascendió, el acuerdo que se estaría por firmar –aunque luego deberá venir la aprobación parlamentaria- entre el Mercosur y la Unión Europea, es fuertemente lesivo para los intereses nacionales, y sólo beneficioso para un reducido grupo de exportadores de bienes específicos. La industria y el mercado interno argentino serían nuevamente las víctimas sacrificiales del anhelo oficial de “estar en el mundo”. El impacto negativo sobre vastos sectores productivos locales será presentado como “inevitable” y como “el precio de estar en el mundo”. No cabe duda que los europeos, que han negociado con dureza, protegiendo tanto sus intereses industriales, como agropecuarios y de servicios, le estarán muy agradecidos al gobierno argentino por ofrecerles un mercado donde descargar todos los productos que no pueden desagotar por el estancamiento interno. Argentina, en cambio, está librando una batalla por su propio destino, conducido por generales que se han rendido de antemano pero sólo se lo han informado al enemigo.
Los hechos consumados de la clase dominante argentina

Cada ciclo neoliberal generó un grado mayor de dependencia al país: la dictadura cívico-militar (1976-1983) provocó un endeudamiento externo enorme y absolutamente estéril desde el punto de visto de la modernización, la competitividad y el progreso, que aún no hemos podido pagar. Ese endeudamiento que condicionó estructuralmente a la macroeconomía y a las políticas económicas nacionales, dio pie durante 23 años a la intervención sistemática de los organismos financieros internacionales en las definiciones clave sobre el uso de los recursos públicos.

El ciclo del justicialismo menemista-Alianza (1989-2001), en cambio, aportó un grave proceso de extranjerización de las grandes empresas locales. El 70% de las 500 más grandes empresas del país era extranjero al final del ciclo neoliberal, lo que significaba que: a) buena parte de lo que hacían los grandes conglomerados locales no se decidía aquí sino en sus casas matrices, b) que remitían y remiten sistemáticamente parte de sus utilidades al exterior (al punto de ayudar financieramente a sus casas matrices en la crisis del 2008, desde los países periféricos), c) se aprovisionan en sus países de origen de todos los insumos que pueden, reemplazando producción local por importada d) están respaldados por sus respectivos estados en cualquier conflicto con el país. Además de esto, se extranjerizó profundamente el sistema bancario, con la excusa de que sería más sólido y confiable para los ahorristas… como éstos pudieron comprobar con el corralito de 2001.

Conjuntamente con esto, se estableció que los conflictos con todos los intereses extranjeros se dirimen en el exterior, en los tribunales norteamericanos y en el CIADI del Banco Mundial.

Por si faltara algo, la OMC, que regula el comercio internacional desde 1995, tiene cada vez mayor poder para imponer sanciones y castigos a los países que osan proteger sus mercados internos y tratar de promover su propio desarrollo.

La derecha neoliberal local, que no ha logrado formular un modelo económico viable y estable para el país en sus dos intentos previos, ha implantado mecanismos que vinculan sistemáticamente la economía nacional al mundo, que nos atan permanentemente a intereses externos (que a su vez respaldan a los intereses locales asociados).

Lo que se logra con eso es que los cambios internos que se quieran hacer para revertir el subdesarrollo choquen con fortísimos poderes externos, con capacidad de lobby y presión formidables. Finalmente, son las grandes potencias las que defienden y hacen de garantes de que los hechos consumados producidos por la clase dominante local se vuelvan “inamovibles”.

En otros términos: la derecha local, y el macrismo es exactamente eso, busca que no exista la posibilidad futura de impulsar políticas populares, más allá de quien gobierne la Argentina.

Es por eso que gusta tanto en los círculos neoliberales el ejemplo del Perú: en las últimas décadas se sucedieron gobiernos “tecnocráticos”, “socialdemócratas”, “nacionalistas”, “neoliberales”, pero son todos neoliberales en lo económico y por lo tanto en lo social, sometidos a la dinámica y los intereses de la gran minería transnacional. No hay democracia en el sentido profundo de la palabra. No es democracia de “baja intensidad”, sino el cadáver momificado de la democracia.

La derecha local, conjuntamente con la derecha brasileña, apuntan a vaciar el proceso de integración regional, disolviéndolo en múltiples acuerdos de libre comercio con terceras potencias. No buscan autonomía y proyección propia, no buscan desplegar toda la potencialidad de nuestra región, sino asociarse en forma pasiva a los capitales mucho más importantes y dinámicos que existen en otras regiones.

¿Semicolonia de quien sería la Argentina? El capitalismo actual muestra una serie de fenómenos novedosos, con un grado extraordinario de interpenetración y entrecruzamiento de capitales e intereses varios, junto con la subordinación de los estados de los principales países centrales a sus respectivos sectores privados. Cada vez, debido a la alambicada estructura jurídica que usan las corporaciones, es más complejo detectar con claridad quienes son los dueños finales del capital.Diversos tipos de asociaciones, paquetes accionarios compartidos, relaciones de complementariedad o de mutua dependencia, conforman un entramado corporativo global que hoy no deja observar con claridad el origen de muchas empresas. En cambio, queda muy claro el credo colectivo de estos intereses: el valor político máximo en la globalización neoliberal es la libertad del capital para ordenar el mundo de acuerdo a sus intereses corporativos.

¿Qué imagen surge entonces? Una semicolonia del capitalismo global. Un territorio más del espacio de acumulación mundial del capital. Globalización, que notoriamente no tiene instituciones adecuadas para gestionar estas nuevas realidades transnacionales, porque en realidad no puede siquiera gobernarse a sí misma, como lo muestran las sucesivas crisis y debacles presenciados en las últimas décadas. Gobiernos periféricos, que son meros gestores de una lógica global, a la cual deben obediencia y fidelidad, más allá del destino de sus poblaciones.

Creemos que ese es el rumbo estratégico del gobierno de Cambiemos.

Sin embargo, un gobierno semicolonial como el que estamos observando, que busca cristalizar una situación semicolonial permanente, no tiene capacidad alguna de dar una respuesta mínima a los problemas más elementales de las mayorías populares, porque precisamente son la causa de muchos de esos problemas.

Se crean así las condiciones para que esas mayorías, en algún momento de su maduración política, decidan cambiar el rumbo de su historia, lo que implica necesariamente retomar los atributos que definen y caracterizan la soberanía nacional.

Tarea que no será sencilla, y que se vería muy favorecida por la coordinación y la solidaridad con otros pueblos y experiencias de nuestra región, y también por los cambios democráticos e igualitarios que ya se han empezado a reclamar en los propios centros del poder global.

Buenos Aires, 14 de julio de 2017

*Licenciado en Economía UBA y Magíster en Relaciones Internacionales por FLACSO. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Investigador-docente en la Universidad Nacional de general Sarmiento, en el Instituto de Desarrollo Humano.
Profesor en la Facultad de Cs. Sociales y Cs. Económicas de la UBA. Docente en la maestría de Historia Económica en la FCE UBA, y en la Maestría en Cs. Sociales del Trabajo en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA.


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