desarme
Hay un hermoso lunar de fantasía donde los árboles respiran lento y una ola decisiva de tensiòn cinètica se eleva entre las flores esmaltadas que se pueden perder en el mar azul incendiado sin mayor ruido. Lejos y màs lejos de estas áreas remotas están las terribles y misteriosas regiones donde los árboles arrojan horribles risas al cielo, y el silencio y la oscuridad deshojan una triste desolación y un intenso alma de muerte o pasa de uva que transmigra por los rincones titilantes de la vida con sumo esmero.
Y el lugar más ominoso en este cono de sombra es el jardìn, el gran jardìn seco. Hay un ciprès en forma de cuervo, el tronco interior ya está hueco, y la copa está muerta y llena de hojas secas color sangre.
Lo conozco, conozco esa zona terrible. Una noche de tristeza y embriaguez, caminaba por ahì, tropezando como una nube, a la deriva de una vieja canción de cuna. Era una melodìa en un tono claro, una creaciòn de pueblos salvajes civilizados, montañas y bosques de hormigòn, yeso y plástico. Y era de noche. De repente sentí un gran horror. Me encontré junto al ciprès y entré en el desolado tronco por una puerta de vidrio desolado. Me sorprendiò lo inmenso del interior. Parecìa un castillo.
En la ventana podía ver la luz de las lunas. El agua inestable en la zanja estaba llena de agua divergente. En el cielo, el gran Ojo irrumpe en una misteriosa y confidencial luz parpadeante. A lo lejos, las llamas de la fogata se alzaban en el viento. Instalé una cama de trapos viejos en un amplio salón decorado con cortinas rojas. En la noche silenciosa, había un conejo grande, estrecho y enorme, como un tubo, un conejo metálico negro con la energía de una amenaza. Pero inmòvil, yo dirìa que embalsamado.
"Ah, me alegro tanto", me decía a mí mismo. "Ya no escucho la ruidosa voz del alma. Nunca de nuevo. Sòlo el silencio de este ciprès seco y la mirada amenazante de un conejo".
Y el lugar más ominoso en este cono de sombra es el jardìn, el gran jardìn seco. Hay un ciprès en forma de cuervo, el tronco interior ya está hueco, y la copa está muerta y llena de hojas secas color sangre.
Lo conozco, conozco esa zona terrible. Una noche de tristeza y embriaguez, caminaba por ahì, tropezando como una nube, a la deriva de una vieja canción de cuna. Era una melodìa en un tono claro, una creaciòn de pueblos salvajes civilizados, montañas y bosques de hormigòn, yeso y plástico. Y era de noche. De repente sentí un gran horror. Me encontré junto al ciprès y entré en el desolado tronco por una puerta de vidrio desolado. Me sorprendiò lo inmenso del interior. Parecìa un castillo.
En la ventana podía ver la luz de las lunas. El agua inestable en la zanja estaba llena de agua divergente. En el cielo, el gran Ojo irrumpe en una misteriosa y confidencial luz parpadeante. A lo lejos, las llamas de la fogata se alzaban en el viento. Instalé una cama de trapos viejos en un amplio salón decorado con cortinas rojas. En la noche silenciosa, había un conejo grande, estrecho y enorme, como un tubo, un conejo metálico negro con la energía de una amenaza. Pero inmòvil, yo dirìa que embalsamado.
"Ah, me alegro tanto", me decía a mí mismo. "Ya no escucho la ruidosa voz del alma. Nunca de nuevo. Sòlo el silencio de este ciprès seco y la mirada amenazante de un conejo".
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