Alas

Cuando subió las escaleras, se dio cuenta de que las alas de su esposo todavía estaban allí, estacionadas en la puerta del baño. Cuando llegó a la habitación, lo encontró durmiendo en la cama como una pluma. Cómo podía volar sin ver ni oír, trascendió su comprensión más profunda. Pero esto no la satisfizo. Era muy imposible no verlo entrar en una habitación tan pequeña a tientas, abandonar sus alas y dormir la siesta, así como si nada. No pudo resolver el enigma y se sintió muy extraña e incómoda. Se mordió la lengua, se comió las uñas. Tragó saliva. Sin embargo, decidió no molestar a su esposo para preguntarle sobre las alas y se fue a la cama de inmediato y durmió a su lado muy profundo. Y los dos roncaron. Y en el sueño el esposo le prestó las alas. Y fue por un paisaje sinuoso. Como un valle, y debajo en el río, un pescador la saludó y pudo ver que le faltaban dientes. Debo tener vista de lince, pensó. El canto del gallo la sacó del sueño. Pero el esposó no despertó.


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