un fantasma
Ilustración: MDB
Había una vez, antes de un viaje de negocios, había un fantasma que llamó a sus tres hijas y les pidió que trajeran cada una un espejo. El primero reflejó la mitad del fantasma, la parte de abajo. El segundo espejo se rompió. El tercer espejo se volvió opaco.
El tiempo se rompió y sus palabras avanzaron con fatiga. El fantasma, que había muerto de frío, de repente brilló en medio del bosque como un ángel. Cuando se acercó a su lobo favorito, se dio cuenta de que estaba llegando al eco brillante. "Creo que puedes brindar hospitalidad", le dijo. Pero cuando llegó a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, y nadie vino a verlo. Nadie le ofreció hospitalidad, ni un refresco. Él decidió entrar y siguió silbando. El salón principal tenía dos crucifijos y una mesa llena de ricos melones. Después de un momento de meditación, el fantasma decidió sentarse a la mesa. Pudo morder la fruta, pero no sintió el gusto. Cosas de fantasmas. Tenía curiosidad y subió las escaleras. En la primera de las habitaciones, el fuego estalló felizmente y en una cama mullida descansó. Las sábanas eran de seda. Las almohadas de piedra.
Cuando me desperté por la mañana, una mano desconocida salió del espejo y me tomó del cuello. De un tirón me llevó del otro lado. La bruma de la calle era densa. Me dicen al oído que siga derecho. En una esquina se me acerca un perro. La niebla se disipa, y en sus ojos veo un niño que saluda. Tiene los cachetes rojos de frío. Se acerca a la ventana empañada y con un dedo dibuja la silueta del fantasma. Y después con la palma abierta, la borra.
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