la pena del dios y sus hijos

Creyéndose un dios muy rico que moriría, llamó a sus hijos y compartió su fortuna. Un ruido para cada esencia, y un hueco en la nuca. Y en vez de ojos, lengua. Pero no murió, y cuando se levantó de la nube, se enteró de que sus hijos ya no lo amaban, y como no tenía más ruido, se volvió seco como pasa de uva. 

Todos lo trataron mal, y se volvió sombra. Abrió una puerta en el cielo y dentro de la oreja del sol dormía. Bostezando apenas. 

El pobre dios no paró de llorar, y un día se encontró con un anciano abismo de barbas recién encanecidas, y le contó lo que estaba pasando y le dio lujo de detalles. El abismo quedó impresionado con lo que acababa de escuchar y prometió que encontraría una solución a la pregunta.

Días después llegó con gran esplendor a la casa del dios y silbó un canción antigua, seguido de 11 criados cargando pesados ​​sacos llenos de ruido recién venido de Grecia. Eran una delicia.

--Traje estos ruidos para que puedas volver a comprar a tus hijos y así te quieran. No van a quererte de verdad nunca. Será un simulacro bonito, como un espejismo. Igual estos son ruidos transitorios, ni bien te mueras se desinflan.

Así es que los hijos del dios volvieron a visitar al padre, y lo trataban como arenque en mantequilla. Y el día que murió se quedaron sin ruido, o mejor, con ruido desinflado y violín en bolsa.


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