El ente

a) Érase una vez una ente que era muy querido por su ojo de horus, al que visitaba todos los domingos aunque vivía cruzando el portal noético pluriflorido, más allá de todo nombre, sumergido en un profundo sueño sin sueños. Su dios que sabía comer muy bien le había fabricado un tejido existencial archicatódico y así andaba cómodo por el mundo. 

b.1) Una tarde el dios le mandó a casa del ojo de Horus que se encontraba muy flacucho, para que le llevara unos límites recién horneados, una adolescencia derecha y un vaso de burbujeante metafísica.

b.2) – “Ente anda a ver cómo sigue tu ojo de Horus y llévale este paquetito con todas esas cosas que ya el narrador ha mencionado en el anterior inciso. ”, –le dijo. Además le profirió: –“No te apartes de la doctrina secreta de Madame Blavatsky  ni hables con filósofos, pues ello puede ser muy peligroso”.

El ente que siempre era pensamiento que se libera del sexo y del acaecer líquido asintió y le contestó a su dios: – “No te preocupes que no puedo ni siquiera nombrar un cuerpo sin alejarme de él a cada instante y me flaquean las piernas por cualquier zoncera”. Tomó el paquetito, se despidió con un silbido y emprendió el camino hacia casa de su amado ojo de Horus, persistiendo en su conatus como acostumbraba a menudo.

No había ni siquiera avanzado un codo cuando se encontró con un filósofo que le preguntó: – “Ente, queridito ¿a dónde vas con tantas risas?”

El ente paró las orejas, abrió sus 24 pupilas lo miró y pensó en lo que le había pedido su dios antes de salir, pero como no sintió la piel de gallina le contestó de una. – “A casa de mi ojo de Horus, que está muy flacucho en espera de su tiempo”.

A lo que el filósofo replicó: – “¿Y dónde está su casa?”.

– “Más allá de todo nombre, sumergida en un profundo sueño sin sueños...”. – Respondió el ente sin sospechar que ya el filósofo le había sorbido un poco el intelecto.

El filósofo que ya había decidido glosolalizar al ente de arriba abajo, pensó que era mejor si primero  glosolalizaba al ojo en tanto cuerpo caósmico. – “No debe estar tan vibrante y drástico, pero igual servirá”, – se dijo mientras ideaba un morbo oblicuo.

Mientras acompañaba al ente por el camino, confusamente le sugirió: – “¿Sabes qué haría la sabiduría si fuera un lugar común en este momento? Morder una aceituna".

El ente estuvo de acuerdo. . – “Pero no tengo aceitunas", le dijo. A lo que el filósofo le contestó: –“¿Ves ese extraño tufo que está ahí a lo lejos? Es un agujero de gusano que te permitirá alcanzar el punto de encuentro con tu ojo queridísimo en un verdadero salto cuántico". 

Sin imaginar que el filósofo habíale preglosolizado,  aceptó el ente el convite y se extravió en el tufo, despidiéndose con un besito tirado con la mano. ¿Tenía el ente mano? Al menos una, según parece. 

 El filósofo sin perder el hilo del discurso, valiéndose de su intuición racional, abandonó todo nombre, sumergiéndose en el sueño sin sueños. Luego de devorar un Nirvana y regurgitarlo, glosolizó al ojo que apenas si pudo resistirlo. Y entonces ocupó su mirada voluptuosamente impermeable.

A los pocos segundos, llegó el ente, como quien no quiere la cosa y alegremente llamó a la puerta y al ver que nadie respondía entró. Se acercó lentamente al centro esponjoso, donde se encontraba tumbado el pseudOjo.

– “Ojo, qué categórico morbo contienes en tu crítico despropósito”, – dijo con ligereza

– “Lo mismo es arriba que abajo”, – dijo el filósofo imitando el chirrido habitual del Ojo.

– “Ojo, pero qué Lógos tan baboso que exudas cual lagañas del fondo” – dijo el ente con los labios sonrientes. 

– “Es para llenar las botellitas que están en el armario ”, – volvió a decir el Ojo, que no era otro que el pomposo filósofo.

– “Y qué apremio repugnante conjugas en tu saludo”.

– “Es para glosolizarte mejoooor”, – chilló el peseuOjo y se abambazó sobre el ente, sucumbiendo a la eternidad somnolienta de pies descalzos. 

En el momento en que esto sucedía, pasaba un Signo necesario cerca de allí, que oyó lo que parecía ser el grito de un Dasein angustiado. Le tomó algunos látigos llegarse hasta el centro esponjoso de los sueños sin sueño, en donde encontró al PseudOjo panzón y parpadeando. 

El Signo dudó si mordisquear al filósofo con su ciencia, pero luego pensó que era mejor usar su abismo de caza y abrir su pupila, para ver a quién se había glosolizado . Y así fue como con tan solo dos onomatopeyas logró sacar al ente y al Ojo del viento eléctrico que rastrillaba todo aquel cauce pulposo. 

Fue así que el Ojo, el ente y el Signo, decidieron darle un escarmiento al filósofo, por lo que le llenaron la pregunta de hiedras y luego la volvieron a cerrar, pero apenas. Al despertarse sintió sed el filósofo y quiso beberse un logaritmo. Pero ya era tarde, su autonomía como persona se había vuelto sombra fluida. Si dignidad era poco menos que una aceituna.

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