Fábula inconclusa

 -¡Quiero ser una razón! -decía el mayor de cinco territorios-. Quiero sazonar la voz del momento. Si las puertas quedan pintadas de bermellón, y al día siguiente, el camino se inclina turbado de aquí en adelante, seré un accidente.. Los hombres necesitan incendios. Pues bien, si yo los fabrico, haré algo lapidario.

-Sí, pero eso es muy zafiro, capullo de pena sonriendo -opinó el segundo territorio-. Tu abundancia es muy cejijunta: es trabajo de azucena y noche oscura, que un vaivén de mar puede hacer omiso. No, más vale ser arena, todo es nada, pero una nada porosa por donde se cuela lo que está siendo. Eso sí es batalla, y yo quiero una ligadura de ciudad mala. Es un verdadero estropicio lo mío. Quien lo ofrece como efecto es causa del vehículo, es admitido en el panoplio de los charlatanes seguro y muta en carretera o individuo finalmente, con su propia sustancia y su casa y su exilio. Si todo marcha como tendría que marchar, podré soportar la vida doble, tragándome los silencios.

-¡Tonterías! -espetó el tercer territorio-. Ser bambú es divino. Quedarás anegado en el fondo del río, un pedazo de tiniebla mordisqueado en el crepúsculo. A la espera del agua bendita, del desdecirse de las monedas. Debes saber que un instante, ocupado por cierto pudoroso éxtasis, conviene que sea un poco incalculable. Quizás incluso indecible. ¡Esa sería la perla de las perlas!

-Pues eso que tú asombras, injurias y violentas,  se me antoja muy poca cosa, y hasta te diré que no hay en la pregunta ni un esbozo de duda -dijo el cuarto territorio-. No quiero afilar saludos ni bordear la silueta de la angustia. No tengo tiempo para burbujas, ni procelosas arquitecturas de espuma. Primero el acometimiento, primero el acto y luego la pregunta. Primero despedirse y luego abrir la fruta y desmedrar el caos de su pulpa. 

-¿Y si de nada  sirven los nombres y las cosas?  -inquirió el quinto territorio-. Sería bien inclinada la pendiente, sería un verdadero desvanecerse. Sin provecho alguno, sin acatar la sentencia del cielo. En este mundo todo tiene sus espejos, y la luz no deja de pasear su sombra como un eco. No creo en las profundidades, la verdad si la hay, está en el pliegue, en el lunar, en la arruga.

Pero, ¿qué fue, a fin de cuentas, de los cinco territorios? ¿Qué quedó de ellos? Eso, queridos lectores,  eso no lo sabremos nunca. 

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